sábado, 10 de noviembre de 2012

Una sociedad violenta


La violencia en la sociedad deteriora la calidad de vida de los individuos
Ese flagelo determina en gran medida los lugares que frecuentamos.
Las conductas violentas son cada vez más comunes en la sociedad y se consideran en la actualidad como un alarmante problema de salud pública, afirmó Feggy Ostrosky-Solís, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Estos comportamientos se presentan en diferentes niveles, que van desde el abuso doméstico hasta el crimen en las calles y los homicidios. Ante la posibilidad de ser una de sus víctimas, la población vive con miedo constante, que impacta en su calidad de vida, aseguró.
En un comunicado de prensa, Ostrosky-Solís destacó que tras años de estudiar la neurobiología de la violencia y las emociones por medio de aspectos neuropsicológicos y electrofisiológicos, haciendo análisis de neuroimagen, reconoció que hay poca información sobre qué sucede en el cerebro de las personas violentas y qué los mueve a dañar a sus familiares o a personas extrañas, y cómo estos impulsos pueden prevenirse o controlarse.
La violencia, agregó, es un factor que determina todas las actividades, desde los lugares frecuentados, el tiempo de permanencia en ellos, el tipo de seguridad buscado, cómo es la vestimenta, a qué hora se sale de casa e inclusive dónde y cuándo se trabaja.
Sus investigaciones, destacó Ostrosky-Solís, buscan contestar qué es lo que pasa dentro del cerebro de los multihomicidas y asesinos seriales, cómo se desarrollan estas personalidades, y si existen regiones específicas que causen esta alteración, así como determinar si hay algún centro del encéfalo que regule la conducta social, cómo interactúan las zonas anatómicas con el ambiente en el crecimiento para permitir que emerja un razonamiento moral y cuáles son los mecanismos subyacentes a la toma de decisiones.
“La línea divisoria entre lo normal y lo patológico es tenue. El cerebro es la frágil morada del alma y esto señala que existe un fino límite entre la salud mental y la enfermedad”, indicó.
Es decir, agregó, todos experimentan tristeza y preocupación, pero cuando éstas son excesivas e inapropiadas a las circunstancias es cuando deriva en mórbido. Entonces se distingue entre miedo y fobia, entre tristeza y depresión, entre alegría y manía, y entre agresión y brutalidad.
Ostrosky-Solís, autora del libro Mentes asesinas. La violencia en tu cerebro, expuso que en el ser humano existen múltiples tipos de emociones y, al igual que los colores primarios, van a producir un rango infinito de tonalidades, un conjunto de pulsiones básicas que cuando se mezclan producen sentimientos complejos.

http://www.clarin.com/sociedad/sadomasoquismo-practica-sexual-limites-delgados_0_672532907.html
El sadomasoquismo, una práctica sexual con límites muy delgados

Los dos miembros de la pareja deben estar de acuerdo. Pero igual tiene sus riesgos.
Hay tendencias, modas que pasan, otras que se quedan en el tiempo, pero también las hay peligrosas, aún cuando hablamos de sexualidad. El sadomasoquismo es una práctica con riesgos y cuyo límite es muy peligroso. Actualmente, hay muchos sitios web que lo promueven y grupos de personas que hacen de esto, una práctica mediática sin medir sus consecuencias.

Para la doctora Marta Rajtman, sexóloga y presidente de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana, “muchas de las personas que realizan este tipo de prácticas tienen estructuras psicopatológicas, relacionadas con su etapa anal, y encuentran placer en la violencia. Son prácticas aberrantes que generan sufrimiento”.
La Real Academia Española lo define como “tendencia sexual morbosa de quien goza causando y recibiendo humillación y dolor”. Por esto, y en general, se suelen usar látigos, esposas, vestimentas de cueros con púas y hasta elementos punzantes que pueden dañar la piel de cualquier ser humano. También son muy comunes las nalgadas y muñequeras con tachas para causarle al otro dolor y, así, obtener placer.
“El sadomasoquismo es una práctica sexual válida, siempre y cuando sean dos adultos los que dan consentimiento y establecen un contrato donde ambos están de acuerdo en sus términos, sus límites y no se da nada por sentado”, explica Patricio Gómez Di Leva, psicólogo y sexólogo. Si alguna de las prácticas elegidas es impuesta por uno de los dos miembros, en forma unilateral, el débil límite de lo permitido se quebró y aparece el sometimiento en su forma más violenta. Esto sucede “cuando en lugar de dos personas que consienten, pasa a haber una víctima y un victimario”, continúa.
Muchas parejas que disfrutan del sadomasoquismo, se permiten complementar sus fantasías y actúan roles de dominación-sumisión, o de esclavo-amo, pero a modo de juego. “Son personas ‘haciendo de’ y no ‘siéndolo’. Hay violencia cuando no hay consenso”, agrega Di Leva. Las historias personales, la infancia, las experiencias salen de la olla a presión de la cabeza para ser actuadas o experimentadas nuevamente a través del sexo. Muchas veces, son personas que actúan pasivamente lo que vivieron en su infancia, y con estas prácticas sienten el placer de poder ocupar el rol del maltratador, por ejemplo.
En general, las prácticas sexuales dependen de la cultura en la que se practican y, muchas veces, de allí se despliegan nuestros gustos y deseos. Si dentro de esta experiencia se le causa dolor al otro o alguna molestia, ya no hay placer y aparecen consecuencias terribles. “Es muy agresivo y la violencia suele generar placer en mentes con algún trastorno, que buscan molestar o violentar al otro para estar mejor”, asegura Rajtman. En Internet hay videos que muestran la agresividad de esta práctica y advierten sobre una de sus peores resultados: la muerte.
La pregunta es entonces, a qué responde el placer en la violencia. Muchas veces, está relacionado con vivencias infantiles que dejaron trastornos psicopatológicos, como se dice más arriba, pero también hay que tener en cuenta la medida en que se le causa dolor al otro. Hay quiénes se pellizcan, en pleno acto sexual, como si fueran niños y, sin dañar ni física ni psicológicamente al otro.
Sin embargo, “no hay que confundir una situación sexual violenta en la que uno siente placer, con situaciones como, por ejemplo, la de las mujeres maltratadas que no sienten placer, sino que son víctimas de una trampa macabra desplegada por el maltratador”, aclara Di Leva. Y no es lo mismo un pellizco que un latigazo fuerte o una nalgada que deja marcas. Ni un juego que una práctica al borde de los límites de la salud, del amor y de la ternura. Mejor dejar de lado la violencia y experimentar con otros recursos más saludables, concluyen los especialistas.

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